jueves, 16 de septiembre de 2010

Incluyo aquí mi intervención de hoy en el Pleno Municipal, no porque sea relvante que lo es, sino porque tener que decir estas palabras en el salón de plenos de mi pueblo me ha dolido y me ha impedido dormir durante dos noches....
Se que yo no tengo nada que ver, pero me he sentido sucio, muy sucio y es una sensación oscura que pensé que nunca iba a sentir... y la he sentido pese a no ser yo quien ha cometido las irregularidades...

El Grupo Municipal Socialista va a votar en contra de la aprobación de la Cuenta General del ejercicio 2009 por varias razones y entre ellas se encuentran las políticas, pero sobre todo por razones de irregularidad manifiesta.

Podríamos votar en contra aduciendo solamente que la deuda entre el ejercicio 2007 y el 2009 que es el que dictaminamos hoy, ha aumentado un 160%, pero hay cosas mucho más graves que nos impiden entrar en valoraciones sobre el fracaso de su modelo de gestión, que se supone que es lo que deberíamos tratar hoy aquí. No vamos a hacer mención a los indicadores económicos ni a los valores que reflejan cual es el estado de la Hacienda Pública, por que se han podido producir perjuicios a las arcas municipales, y eso es mucho más importante.

Vamos a votar en contra además por los mismos motivos que este Grupo Municipal expuso en las alegaciones que presentó: Por que hay irregularidades serias que nos vemos obligados a poner en conocimiento del Tribunal de Cuentas.

El equipo de gobierno ha ofrecido exenciones subjetivas en dos ocasiones, a las productoras que ocuparon de manera privativa dominio público, hecho imponible recogido en la ordenanza fiscal nº 16, y no liquidado por los sujetos pasivos tal y como obliga dicha ordenanza, y a aquellos que disfrutaron de clases gratuitas en noviembre en la escuela de tauromaquia, hecho imponible recogido en el precio público especifico de las ordenanzas fiscales y gravado con 20 euros de matricula más 20 de mensualidad.

Es decir el ayuntamiento ha hecho dejación de sus obligaciones tributarias y ha evitado la incorporación de ingresos que deberían haberse producido.

Otro debate que queda aplazado por la gravedad de los hechos cometidos es cuanto cuesta ir a la escuela de tauromaquia y cuanto cuesta ir a la escuela de música, por ejemplo...y el dinero que invierten en apenas veinte personas y lo que invierten para más de 260...por no hablar del escaso importe destinado a los colegios públicos...

Pero centrémonos en las irregularidades, a parte de esas dos exenciones subjetivas, hay otros hechos contables dignos de mención.

Hay facturas emitidas por la SM por debajo del precio aprobado por el consejo de administración.

Nos se nos ha proporcionado el informe de la gestión social de la Sociedad Municipal, obligación recogida en los estatutos.

Han autorizado el pago a través de resoluciones de alcaldía o acuerdos de la junta de gobierno de facturas incluidas en expedientes paralizados por el interventor en virtud de lo señalado en el TRLHL por estar incursos en alguno de los supuestos de suspensión.

Es decir, han autorizado pagos que no se ajustaban a la legalidad y que carecían de justificación para su pago por importe de aproximadamente 100.000 euros.

Hay una factura por la comida de los mayores por importe de 31009 euros que carece de expediente de contratación, con lo que se vulnera la libre concurrencia y que adolece de vicios de nulidad y se paga por acuerdo de la junta de gobierno del 3 de febrero de 2009. Al no haber expediente de contratación no queda constancia de la justificación del empresario elegido, ni de la previa consulta y negociación de los términos del contrato, tal y como establece la LCSP.
Además, tampoco consta la existencia de, al menos, tres solicitudes de ofertas a empresas capacitadas para la realización del objeto del contrato.

Hay un pago de 1500 euros a ADESGAM después de un reparo suspensivo por falta de crédito, procedimiento y competencia, autorizado por resolución de Alcaldía con fecha de 8 de octubre de 2009.

Existe un pago de 3300 euros a un empleado por productividad cuando no está contemplado ese supuesto en el actual convenio colectivo.

Se pagan cantidades por importe de 1334 euros incumpliendo la normativa fiscal y contable sin que conste en documento alguno la autorización del gasto, sin constar factura alguna y sin aplicar la correspondiente retención a los sujetos, en este caso los mayorales de las fiestas.

Se pagan por resolución de alcaldía facturas por importe de 26.312,95 a través de un contrato menor, cuyo límite es 18.000 euros, después de un reparo suspensivo por carecer el expediente de trámites o requisitos necesarios.

Constan pagos de facturas a la misma empresa en meses consecutivos de abril, mayo, junio, julio, agosto y septiembre a través de contratos menores cuyo límite de gasto son los 18.000 euros, por importe de 18.615,79 y otros de 9066, 8133 y otra estimada en 7608 euros, tras reparos suspensivos en sendos informes.

Han autorizado el pago de certificaciones de obra sin pasar por las preceptivas comisiones informativas, observándose vicios de nulidad y defectos procedimentales, en el caso de certificaciones de el retamar, hachazuelas y en las de la segunda fase del casco urbano.

Y para concluir han realizado un proceso de selección de personal, en el área de deportes para un técnico TAFAD, en el que no constan ni bases de selección, ni baremo para medir la aptitud de los candidatos, vulnerando los principios de igualdad de oportunidades, mérito y capacidad, así como el de publicidad, constando reparos advirtiendo de que dicho expediente adolece de trámites necesarios del Jefe de Administración y del Señor Interventor, constando informe de reparo de éste en el pago de la nómina del técnico.

No podemos votar a favor de unas cuentas que no observan el ordenamiento jurídico e incumplen lo dispuesto en las leyes que regulan las haciendas locales y que directamente atentan contra la ley de contratos del sector público.


Estas irregularidades serán puestas en conocimiento del Tribunal de Cuentas y hechas públicas a los ciudadanos, porque merecen saber cual es el modo de actuar del equipo de gobierno.

Votamos en contra de la Cuenta Refundida del Ayuntamiento de Moralzarzal del ejercicio 2009.


lunes, 30 de agosto de 2010

Trini y el delantal de Moralzarzal

Cuando supimos que Trinidad Jiménez iba a visitar Moralzarzal, nos alegramos mucho e hicimos todo lo que estuvo en nuestra mano para reunir en torno a ella al mayor número de militantes de la sierra que fuera posible.

Primero, porque nos apetecia que se sintiera arropada por los militantes de esta zona, olvidados en muchos casos...
Segundo, porque nos parecía una magnífica oportunidad de reunirnos y hablar de los problemas que compartimos. Y que mejor que hacerlo alrededor de una mesa y disfrutar de la compañía...

Cuando llego a los oidos de Trini, permitidme que la llame así, la preparación de la paella, ella misma le dijo a Rosana,mi secretaria general, que ella ayudaba si hacia falta y comentó como anecdota el sano pique que tiene con su madre para ver a quien le sale mejor.

En ese momento pensamos que podíamos regalarle un delantal... y creo que acertamos...le encantó! la cara que puso cuando se lo entregué no mentía, ni su sonrisa tampoco...

Lo que más me ha dolido ha sido leer comentarios de que se trataba de un regalo machista...y aquí quiero hacer una apreciación: en mi casa cocino yo, igual que muchos hombres de mi generación, porque está claro que trabajando los dos o el trabajo se comparte o la cosa no funciona...
Asi pues y para disipar dudas al respecto, nada más lejos de nuestra intención y ella lo sabe...

Cocinar para los demás es demostrar generosidad y cariño, cuidando que todo salga bien, intentando transmitir felicidad...y de eso Trini sabe bastante.
Por eso,estoy convencido que fue un regalo perfecto para una persona perfecta...

Gracias a Trini, gracias a Rosana y gracias a todos los que hicisteis posible la reunión.
Fui muy feliz.

Ah! y por supuesto en mi casa el delantal lo llevo yo...

viernes, 9 de julio de 2010

ES NECESARIO

Era necesario,
y lo sigue siendo,
ahora lo veo,
ser testigo de tantos y tan buenos
Momentos.
Era necesario,
y lo sigue siendo,
tener como mínimo un sueño
incluido en inventario
para no perder la fe
en el genero humano,
aunque pocas veces ejerzamos
como tales y nos quedemos en “ seres”,
y el “ humano ” lo omitamos.
Era necesario,
y lo sigue siendo,
confiar,
así, a palo seco
sin un “quizás”, o un “pero”...

Era necesario,
y lo sigue siendo,
tropezar y caer al suelo
para comprobar por uno mismo,
lo hermoso que es andar
mirando al cielo.

Era necesario,
y lo sigue siendo,
creer en el milagro silencioso
que es un beso, al despertar cada mañana.

Era necesario,
y lo sigue siendo,
enseñar a los niños a defenderse
con palabras, si esperamos de ellos
un rayo de esperanza.

Era necesario,
y lo sigue siendo,
esperar de nosotros,
pero no quedarnos quietos.

viernes, 26 de febrero de 2010

PLAGA

Allá va otro relato...



Todo comenzó un intenso día de trabajo. Llevaba más de ocho horas seguidas pegado a la pantalla del ordenador y mi vista comenzaba a cansarse.
Los ojos me quemaban. Me recordaban mi niñez, a los días en los que jugaba junto a las hogueras de San Sebastián en invierno y de San Juan en verano.
Era un escozor obsesivo y lacerante, que me hacía parpadear sin parar.

En los primeros días, consideré que esos puntillos luminosos que aparecían en el negro tapiz de mis párpados cerrados, eran producto del cansancio, pero, ni siquiera el descanso era efectivo contra esa plaga.

Y esa, fue la palabra que desbordó los acontecimientos y me arrastró hasta este apartado rincón de descanso según mi familia, destartalado e infame manicomio según mi propia versión.

Vinieron a mi mente lánguidas evocaciones de mi adolescencia.
Repasé mentalmente tardes de yoga, que nunca volví a repetir, e incluso no dudé en recurrir a esas olvidadas sesiones para combatir el enjambre que crecía sin parar en mi fondo ocular. Todo era inútil.
La cuestión es que empecé a obsesionarme, y una noche decidí no cerrar los ojos hasta que estuviera exhausto. Quería evitar a toda costa ver esa caterva refulgente.
Y esa fue la primera de las noches que no dormí, y han pasado casi trescientas, cerca de un año hasta que he descubierto la verdadera naturaleza de esa obsesiva visión.

Tras pensar en varias hipótesis sobre su origen, desechadas una tras otra, pasé a pensar en la posibilidad de que fuera un brote hipocondríaco, yo lo soy bastante, y les di un carácter defensivo por llamarlo de alguna manera.
Pensé que eran una especie de señal de alarma. Podían ser esos pilotos que se encienden en los tableros de los coches cuando algo va mal.
Pensé que el color y la intensidad variarían según la dolencia o la carencia que el cuerpo tuviera, y comencé a recopilar información y a solicitar de los enfermos datos que pudieran hacerme relacionar alguna enfermedad con la visión de esas manchas, pero no recibí una buena acogida ni por parte de los médicos, siempre ocupados y demasiado empíricos, ni de los enfermos, casi siempre encerrados en su dolor y en su desánimo.
Me fue imposible asociar un determinado color o una forma definida con alguna de las dolencias que busqué.

Pasaron las semanas y poco a poco me fue abandonando la seguridad de que existiera alguna conexión, y como soy una persona voluntariosa y persistente, necesito estar convencido de lo que hago para poder seguir tras el objetivo, y la certidumbre de que pudiera haber alguna coincidencia se difuminó, y con ella mi interés.

Esto no hacía más que empeorar las cosas, porque el origen del problema, – más bien el problema en sí -, seguía permanentemente en mi, y cada vez me obsesionaba más.

La cuestión fue agravándose cuando una tarde soleada, mientras leía una corrección que un empleado de la empresa me pasó a última hora, al levantar la vista para pensar sobre el asunto, descubrí los mismos habitantes de mi mirada, que no se conformaban ya con la oscuridad, sino que ocupaban también mi indefensa visión al atardecer. Paseaban su insolente atrevimiento a cielo descubierto. Trazaban un desfile victorioso con su vuelo.

Quizá por eso me vino a la memoria esa imagen gris y negra de los nazis desfilando bajo el arco de triunfo, su entrada triunfal en París. No llovía como aquella mañana, pero mi estado de animo debía ser muy parecido al de aquellos franceses derrotados y humillados en su propia casa, empapados por la angustia de saberse dominados.

Y esa fue sin duda la gota que terminó de colmar el vaso de la paciencia de mi mujer, ya que a partir de ese momento la convivencia conmigo, según sus propias palabras, era insoportable.
Es cierto que prácticamente no dormía, y además no comía, pero yo no noté que mi modo de comportarme variara mucho.
Perdí algunos kilos, quizás más por la falta de descanso que por mi dejadez a la hora de comer, pero no quería seguir engordando a mi costa a esos parásitos indefinibles e indefinidos. Y esto trajo consigo que mi capacidad de concentración en el trabajo fuese disminuyendo, y eso en una empresa que se dedica a auditar cuentas no es muy recomendable, por ello mis socios me presionaron hasta conseguir que fuera al medico, no sin antes asegurarse de que disfrutaría de una temporada de descanso.

En principio ni el oftalmólogo ni el neurólogo apreciaron nada extraño en mi, y según pude saber después, recomendaron a mi esposa que visitará a un prestigioso psiquiatra especializado en los tratamientos a ejecutivos lastrados por la ansiedad.

Así fue como aterricé, tras una intensa labor de zapa por parte de mi mujer, en esta clínica de reposo. Vine y pasé una primera consulta con el Doctor Ortega, y ese mismo día pude regresar para pernoctar en casa, pero fue el último. Al día siguiente me rogaron encarecidamente que tomara en consideración la posibilidad de un ingreso temporal.

Me sentí aturdido, abandonado. No entendí como mi pareja podía desentenderse de mí de ese modo tan cruel y miserable. Si quería salir huyendo ese no era el momento.
Puede que la relación hubiera ido ajándose en ese último año, pero había una larga y bonita historia de amor detrás, y quizá esos recuerdos de momentos felices me desarmaron, y terminé accediendo a este internamiento, no sé si por desánimo, o por la esperanza de volver a recuperarla, o de no perderla, si seguía su consejo.

Así de desorientado empecé mis días en este sanatorio.
Ni siquiera sabía cual era el estado de mi relación y no sabía si me dejarían volver a mi puesto de trabajo. Aunque mi posición de socio me otorgaba ciertos privilegios económicos, los otros accionistas tenían la posibilidad de inhabilitarme, y tras una compensación económica, dejarme fuera de la empresa.

En realidad nada de eso me preocupó porque todo seguía igual, y para mi era lo único inquietante.
Fueron pasando los días y las charlas, los calmantes y los antidepresivos, pero mi situación era la misma que antes del internamiento.
No conseguía dormir, no comía más que lo que me obligaban mientras me vigilaban, y mi obsesión continuaba. Incluso los picores en los ojos iban en aumento.
La visión que me devolvía el espejo cada mañana era desoladora.
Mi rostro demacrado, los ojos rojos… El semblante era más parecido al de alguien que ha sufrido los rigores del duro trabajo en el mar o en el campo, que el de un acomodado auditor de cuentas alojado en un cómodo despacho.
Pero nada de eso importaba porque mi mirada no llegaba más allá de mi globo ocular. No recibía imágenes que no fueran los malditos ocupantes de mi vista y de mi mente.

Y todo continuó así hasta hace poco menos de una semana.
Una mañana, cansado de no hacer nada y de desatender las recomendaciones de los médicos, hice caso al psicólogo con el que hablo cada tarde, y salí a dar un paseo por los jardines que rodean el edificio.
Caminé durante más de dos horas dando varias vueltas a todo el recinto, y cuando me hube cansado me senté debajo de un roble a escuchar el sonido del agua y los pájaros.

Me sentí despreocupado por primera vez en mucho tiempo, relajado y descansado, y al cabo de un rato en el que mi mente vagó a sus anchas recordando a Eva, mi mujer, caí en la cuenta de que el número de manchas que veía era mucho menor.

No supe relacionar la causa y el efecto, pero al menos me alivió pensar que podía haber encontrado un remedio, aunque fuera pasajero.

Por supuesto me cuidé mucho de decir nada a los médicos o al psicólogo, con el que me unía un mayor grado de entendimiento, y me limité a decir que me encontraba mejor porque esa noche había descansado.

Y el hecho es que esa noche que siguió fui capaz de dormir. No mucho, pero lo suficiente como para levantarme con otro talante.
Me duché y desayuné, intentando no llamar la atención. Remoloneé un rato entre los demás internos que hojeaban la prensa, imitando su actitud, dando un repaso al diario que solía leer todos los días, pero la impaciencia era mucho más fuerte que mi interés por la economía o la política, y bajé al jardín y acudí junto al roble que produjo ese cambio en mi. Esta vez fui directo, sin más paseo que el trayecto que le separaba del edificio. Me senté y tras acomodarme cerré los ojos, y de nuevo comprobé que prácticamente había desaparecido cualquier vestigio de esa plaga.

Esta vez la palabra plaga me hizo plantearme una pregunta que hasta entonces ni siquiera había planeado por mi mente.
Esa pregunta me llevó a observar algo que me pareció curioso y en lo que no había reparado: el roble estaba situado junto a un bonito arroyo. Estabamos en verano y no había ningún insecto sobrevolando la zona, era muy raro…
Quizá fuera por la gran cantidad de pájaros que habían hecho suyo ese rincón.
Era lógico pensar que los pájaros se comieran y ahuyentaran a los insectos, pero, ¿podría tener esto alguna relación con el vacío que se produjo en mi vista?…
Dispuesto a resolver esa duda que me comía me alejé del roble, encaminando mis pasos hacia otra parte del arbolado mucho más alejada del arroyo.
Me acomodé debajo de otro roble igual, y cual no fue mi sorpresa al comprobar que con la llegada de los mosquitos venían también mis bichillos. Ahora ya tenían nombre esas molestas luces o manchas que me martirizaban. Eran insectos que habitaban en mi mente.

Por supuesto, no conté a nadie lo que descubrí, porque si supusieran mi gran hallazgo pasaría el resto de mi vida aquí, entre estas cuatro paredes, y no me resulta una idea muy atractiva.

Le pedí a mi mujer que me trajera una lámina con dibujos y fotografías de pájaros para alegrar mi habitación, ella lo consultó con los médicos y a ellos no les pareció mal.
Ahora, un bonito grupo de mirlos vigila desde el papel que ese enjambre no invada de nuevo mi vida.
Desde entonces, ha aumentado mi interés por conocer mejor a estos maravillosos seres que me han apoyado a la hora de combatir y vencer mi propia y angustiosa plaga, por eso me he hecho con varias guías ornitológicas que me han ayudado a reconocerlos y a admirarlos.


En dos o tres días saldré de aquí y reiniciaré de nuevo mi vida.
Mi mujer está encantada de lo bien que ha ido todo.
Alaba mi voluntad de seguir adelante. Se muestra encantada de mi nueva afición por las aves y su mundo, y yo por supuesto me alegro de que no sospeche nada.

Los médicos por su parte se dan la razón afirmando que el estrés me atenazaba, y que lo que necesitaba era únicamente descanso.
Dicen, al menos eso le dijeron a mi mujer el día que le comunicaron mi alta inminente, que hay procesos depresivos que sin razón alguna, igual que llegan desaparecen en un año.


En fin, todos contentos, incluso mis socios de la auditora, que confían en que mis renovadas ganas de vivir también lo sean de ganar dinero, pero, lo que ellos no saben es que es con otro tipo de “pájaros” con los que me gusta tratar ahora.

En cuanto salga de aquí, ya que mi mujer está de acuerdo, venderemos el piso en la capital y compraremos un chalet en algún pueblo de la sierra. Una casa con jardín donde pueda plantar un roble y colocar casitas de madera para que coman y aniden los gorriones y los mirlos.
Viviré en un pueblo con bosque que acoja a miles de pájaros protectores.


Por supuesto, deberé seguir guardando en secreto todo lo que ha ocurrido y he descubierto.
Sólo si alguien en mi presencia se queja de esas manchas, le recomendaré un paseo por el campo, donde anidan los pájaros, para que sea él quien descubra esa maravillosa medicina que está esperando.

Y por supuesto, lo primero que haré cuando abandone este lugar será comprar un amuleto que llevaré siempre conmigo. Un amuleto con forma de pájaro, por si las moscas, nunca mejor dicho.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Una pequeña venganza...

Acabo de escuchar el partido del Sevilla en la radio, y al escuchar la melodía que abre cada partido de la Champions League he caído en la cuenta de algo…
Por suerte para mi, y aquí me voy a enrollar un poco, me gusta la música clásica, no sólo la barroca y renacentista, aunque he de reconocer que tengo debilidad por esos periodos.
Cuando digo que me gusta éste tipo de música, es por que quizás es la única con la que puedo sentir como me afecta, siempre he somatizado mucho las emociones, y siento como se expande mi pecho y la respiración se me hace más pesada… y de repente todo vibra en mi interior.
Y tengo amigos y conocidos que se jactan de que la música clásica les aburre… y además, serían incapaces de escucharla…
Seguro que muchos de ellos, mientras escuchaban esa canción desconocían que estaban escuchando a uno de los grandes, nada menos que al Sr. Georg Friedrich Händel…
Para más señas, un fragmento de Zadok the Priest, número de catálogo HWV 258, compuesto en 1727 por este caballero sajón, autor entre otras nimiedades de dar la forma definitiva al himno nacional inglés, que seguro que sonreirá desde su lugar en la inmortalidad…



miércoles, 27 de enero de 2010

DUDAS



Después de tanto tiempo, incluyo un relato que para mi tiene una gran carga emocional...

lo titulé DUDAS






“Porque lo decían todos, todos nuestros amigos,
decían que sin duda nuestros sentimientos tendrían
una relación ¡tan estrecha! Yo misma casi no lo entiendo.
Ahora tenemos que dejárselo al destino.
De todas maneras me escribirá.
Quizá no sea demasiado tarde.
Yo seguiré aquí sentada, sirviendo el té a los amigos”

Retrato de una dama.
T. S. ELIOT.


Me dijiste: te amo.
Te dije: espera.
Iba a decirte: tómame.
Respondiste: vete”
Jules y Jim.


El frío se había apoderado de todos los sentidos de Violeta. El dolor y la frustración se apelmazaban en su mente.
Tras los últimos años en que la velocidad se había llevado por delante sus convicciones, su amor, su orgullo, todo volvía a una calma que le pesaba tanto como los recuerdos, que aún seguían confusos, esperando ser embalados en alguna parte de su mente.
En cierto modo esa apatía no era más que su impotencia para digerir los últimos acontecimientos.
No podía explicarse como había podido suceder y, tampoco podía entender su propio cambio de actitud en ese momento tan doloroso.

Las consecuencias de esa incapacidad para ordenar sus sentimientos no se habían hecho esperar.

¿Por qué la vida le había exigido tanto y tan aprisa? ¿No era una injusticia pagar así por atreverse a amar de un modo descomunal? ¿Era justo acaso que se la pagase de una manera tan desproporcionada por haber dudado sobre lo que sentía?.


Como todas las historias, ésta tiene un comienzo, y el desencadenante de esta historia es el miedo. El miedo a ser feliz que le había hecho plantearse su relación con Pablo.
Llevaban poco tiempo juntos, es verdad, pero cuando se conocieron había sentido algo en lo que nunca antes había reparado: La intensidad con la que estaba viviendo. Le asustó la fuerza conque alcanzaba los orgasmos cuando hacían el amor, dejándose vencer por el deseo.

No era su primer amor, pero sí su gran amor.
De hecho cuando Violeta conoció a Pablo, ella vivía junto a otro hombre al que estaba segura de querer. Sin embargo, no pudo, mejor dicho, no pudieron sustraerse al deseo que nació con el primer cruce de sus miradas.

Pablo era más joven que ella, pero parecía tan maduro y a la vez tan indefenso, que ese paradójico amasijo de virtudes la desarmó.

Intentó sin éxito alejarle de su mente, pero ni siquiera el hecho de vivir separados por más de quinientos kilómetros de distancia ayudó a que lo consiguiera.

¡Era tan joven, tan lleno de vitalidad, de ilusión, tan ingenuo a veces!.

Sus ojos parecían sonreír siempre. Incluso aun escondiendo como lo hacia un pasado lleno de dolor, contagiaba alegría a su alrededor.

Él también cayó rendido ante Violeta. En el primer encuentro que tuvieron quedó al antojo de su voluntad. ¡Era tan adulta, tan independiente, tan segura de sí misma!. Era todo lo que él deseaba ser.

Todo era una ilusión, como el tiempo se encargó de demostrar, pero en aquel encuentro ellos apenas sabían nada de lo cruel que puede llegar a ser la vida cuando no se está preparado para vivir como se sueña.

Fue un brillante día de primavera, en un encuentro casual.
Violeta vivía en Barcelona pero había venido a Madrid con su pareja a pasar unos días. Visitaba a su familia. Habían quedado con Julia, su hermana para recorrer la ciudad.
Violeta echaba de menos las calles y el bullicio de la gente de la capital, y aprovechó unos días libres para venir.
En realidad necesitaba el apoyo de su gente. Estaba pasando por una depresión que amenazaba con ensanchar sus dominios peligrosamente.

Llegaron al punto de encuentro y allí estaba él. Acompañando a Julia en una tarde de compras.

Pablo conocía a Julia desde hacia varios años. Había oído hablar de violeta en muchas ocasiones, pero sólo era una referencia lejana, por la que no se había preocupado de indagar. No entraba en sus planes conocerla. Pero sucedió.

Ella ni siquiera había oído mencionar su nombre. En las conversaciones que ocasionalmente tenía con su hermana hablaban de casi todo lo importante, de novios y aventuras, pero Pablo al fin y al cabo sólo era un amigo más que no pedía ser más.

Julia fue la encargada de hacer las presentaciones, y tras los formulismos
encaminaron sus pasos hasta una cafetería cercana. Allí hicieron planes para el resto de la tarde.
El primer nexo que los unía era su predilección por el té. Mientras Julia y Josep pedían café, ellos celebraban de un modo casi cómplice su aversión hacia éste.
Pronto la conversación derivó hacia temas menos triviales. Surgió la poesía, otra coincidencia, y aunque los autores que leían no eran los mismos, se invitaron a descubrirlos.
Intercambiaron sugerencias y terminaron entrando en la librería más próxima a intercambiar regalos. Él le descubrió a ella a Ángel González y ella a él a Novalis.

La tarde continuó ofreciendo luz hasta que se puso el sol. Ese día las nubes no aparecieron, así que exprimieron el tiempo que tenían hablando de casi todo mientras paseaban.
Dejaron entrever como eran cada uno de ellos y como les gustaría ser. Era muy extraña esa ambición por saber

Cuando se despidieron Violeta le sugirió la idea de comenzar una correspondencia con la que continuar conociéndose, ella dijo: abriendo sus almas.
A Pablo le gustó la idea. A estas alturas del día ya se había enamorado locamente, aunque en ningún momento pensó que la suerte pudiera sonreírle. Y se equivocó.

Ella estaba igual de afectada.
A partir de ese momento su vida continuó en Barcelona, pero su corazón se había instalado ya en Moralzarzal, el pueblo donde Pablo vivía.

Se inició una fructífera correspondencia. Fructífera porque sirvió para que Violeta se atreviera a abandonar su vida gris en Barcelona.
Optó por la más valiente decisión que podía tomar.
Llegó a Moralzarzal y comenzó la más intensa relación de su vida.

Mañanas de reposo mientras Pablo trabajaba. Tardes en las que escribía, su gran pasión, y noches de largos paseos bajo el cielo limpio de la sierra madrileña. Noches en las que leían poemas, en las que contaban historias tristes y desesperadas de amantes desolados. Noches de Holderlin, Goethe, Rilke...
La música, la dama de las camelias, y sobre todo historias de las mil y una noches, acompañaban sus veladas.
Noches en las que Violeta ejercía de Scherezade: seducir a Pablo hasta la locura era su único objetivo. Y lo consiguió.

La primera vez que hicieron el amor fue una noche completamente despejada y silenciosa, en una pradera limpia, bajo un enebro cansado ya de envejecer en soledad.
Fue un arrebato de pasión el que los condujo hasta allí. No pronunciaron más palabras que las necesarias para prometerse amor eterno.
Y conocieron el delirio.
Incluso decidieron dar un nombre a ese lugar que los acogió y los arropó frente a los miedos: el rincón del porvenir.
Volvieron todas las noches y siempre tras la locura, se refugiaban en sus ramas para soñar un futuro que podían tocar con las yemas de sus dedos si se alzaban ligeramente.
Llenaron la bóveda nocturna con sus sueños.
Se soñaban ancianos, rodeados de hijos y nietos, envueltos todavía en esa estela de amor indestructible, imperecedero.

Sólo deseaban que el tiempo pasara para poder desafiarlo.

Pero el tiempo es mal enemigo. No tiene prisa por castigar la soberbia de los que creen tener poder suficiente para jugar contra él.

Violeta debía volver a Barcelona e insistió en que fueran juntos. Ella le ofreció su casa. Le hizo un lugar en su vida habitual.
Y marcharon juntos a lo que creían la felicidad.

Pero ella tuvo que volver a la rutina diaria.

Pablo no terminó de adaptarse a los nuevos amigos que heredó de ella ni a las costumbres nuevas. Aun así opinaba que sólo era cuestión de tiempo.

Pero Violeta se cegó con la idea de lo inmediato.
El miedo, contra el que había luchado antes en Madrid, empezó a ganar la batalla.
La edad que los separaba ahora se le hacía una barrera infranqueable.
Pensó que en cierto modo había engañado a Pablo, que todo el mundo se iba a reír de él por haberse dejado seducir por una mujer siete años mayor.
Pensó que su necesidad de afecto, por la depresión, la llevó a cometer ese horrible acto de egoísmo que era absorber toda su vitalidad.

Creyó necesario alejar de su lecho a Pablo hasta que pudiera estar segura de si lo amaba realmente, o si por el contrario sólo necesitaba de él para sentir que estaba viva.

Una noche, después de muchas de incertidumbre, se atrevió a confesarle todas sus dudas, todos sus miedos.

Pablo asistió atónito a esa inesperada puñalada de sinceridad. No lo entendió.
En un primer momento, sin saber muy bien como reaccionar, quizá en un ultimo intento de despojarla de sus miedos, reafirmando su amor, le pidió que se casaran.
Le gustaría tener un hijo con ella.
Sabía que ese era un acto desesperado, pero también lo estaba él.

Ella no había previsto el efecto que podían producir sus palabras. No esperaba esa propuesta, y menos en ese estado en el que se encontraban.
Le agradeció el gesto, pero rechazó la idea.

Él dejó pasar dos días, esperando poder volver a su lado, pero nada cambió.
No era un simple episodio de nerviosismo.
Esa misma tarde, cuando ella regresó de la productora en la que trabajaba, le comunicó su decisión de marcharse.

Violeta asintió comprensiva.

Pero ese día fue especial. No trató de convencerle de que se quedara, aunque lo deseara con todas sus fuerzas.
Comprendía la situación que ella misma había forzado. Simplemente se dedicó a colmarle de atenciones.
Primero un baño para los dos en el que se entretuvieron prodigándose caricias hasta que sus cuerpos se amorataron por el frío.
Después una charla todo lo tranquila que podía ser en esa situación, en la que ella le pedía tiempo, aun en la distancia.
Así fue como concertaron una cita para seis meses después en la que intentarían recomponer la situación.
Pablo, pese a su indignación y su asombro, consintió. Confiaban en que su amor, que se tambaleaba, llegara a ser igual después de ese paréntesis.

Tras la cena hicieron las maletas. Les producía una extraña sensación de vacío poder terminar su relación con esa frialdad.

Y para terminar de confundir aun más todos esos sentimientos encontrados que se alternaban, esa fue la noche más lúbrica de todas cuantas pasaron en Barcelona. Estuvieron toda la noche entregados al deseo.

A la mañana siguiente, le acompañó a la estación de Sants. Se despidieron con un triste beso.


Y Pablo volvió a Madrid confundido y abatido. Todo le parecía absurdo.

Pasaron los meses, y una inoportuna operación quirúrgica hizo que se pospusiera la cita.

Según se marchaban los meses, Violeta mandaba cartas en las que pedía perdón. Comprendió que había cometido un grave error, se había dejado dominar por los miedos.
Se había negado la oportunidad de construir sus sueños. Todas sus esperanzas de conseguir una vida basada en el amor habían huido sin remedio.

Pablo contestaba a sus cartas con un doloroso silencio.

Pero ese silencio que recibía no era lo peor. Se torturaba con un sentimiento de culpa desmesurado.
Llegó a suplicar de una manera desesperada y humillante. Comprendía que no la perdonase, sólo pedía que no la ignorase.

Pero Pablo había rehecho su vida.
Habían pasado dos años ya, y ahora estaba con otra mujer.
No se sentía mínimamente feliz, pero al menos había dejado atrás el suplicio que supuso para él su relación con Violeta.

Violeta siguió enviando cartas.



Incluso se atrevió a ir a Moralzarzal. Fue un encuentro teñido de resentimiento.
Pablo la saludó cortésmente, con dos besos en las mejillas, y puso claro que su amor era una historia del pasado.
Sólo hablaron durante unos minutos. Los suficientes para colocar a cada uno en su sitio.

Ella melosa y sumisa, sin discutir siquiera los reproches de Pablo.

Él distante y frío. Haciendo gala de una ironía hiriente. Se mostró dolido. Asqueado de la situación a la que habían llegado.
Incluso le aseguró, sin más intención que ofenderla, que se avergonzaba de haberla querido de ese modo tan confiado y valiente.

Ella sufrió lo indecible, pero era mayor el deseo de verle y abrazarle, aunque fuera de un modo artificial, casi cínico por parte de Pablo, que el miedo a sufrir un desplante.



Se llevó con ella a Barcelona un recuerdo tortuoso, pero también y por encima de cualquier daño, se llevó en su memoria el tacto de Pablo en su piel, su olor corporal y su mirada. Aún se estremecía al comprobar como su cuerpo recordaba todas sus medidas exactas, tomadas en noches de desvelo, robadas mientras él dormía a su lado

Todo había cambiado. Ya no era aquel adolescente con el que vivió apasionadamente el amor. Su mirada era más oscura. Había perdido la inocencia y el brillo alegre que sedujo aquel día de primavera a Violeta.
Su cuerpo había dejado atrás la pubertad y se había hecho más fuerte, más recio. Pero aun así seguía siendo igual de atractivo, quizá más por lo inalcanzable que le era ahora.
Cada parte del renovado cuerpo seguía demandando su mirada, y más allá de esta, su imaginación.



Alimentó con estos recuerdos noches de soledad en la ciudad que ahora odiaba por evocarle momentos que ya no volverían.
En esas noches de duermevela escribió cartas desgarradoras que terminaron ablandando a Pablo y haciéndole dudar.


Él no estaba pasando por una buena etapa con la mujer a la que permanecía atado, y decidió jugar a repetir el pasado.
Intentó provocar dentro de él ese mismo sentimiento ardiente de deseo y de serena complicidad que había conocido tiempo atrás.

La gran cita, la sustituta de aquella que no se pudo celebrar por la enfermedad de Pablo, fue en Madrid. En el café comercial. Un lugar cargado de significado para ellos.

Se encontraron a las seis de la tarde. Un breve beso dio por sentado que esa era la oportunidad que se debían.
Charlaron durante horas. El ambiente era agradable, pero ambos notaron que jamas podrían recuperar ese halo de unión que antes los envolvía.

Pablo iba a besarla, se inclinó, pero de pronto algo le hizo retraerse. Las dudas ahora eran suyas. Tuvo miedo de que la situación se volviera a repetir. No podría aguantar otro abandono, y menos de Violeta.
Se había dado cuenta de que la seguía queriendo. Siempre la querría, pero no pudo seguir adelante. Ahora no le movían resentimientos, ni siquiera era su orgullo el que le impedía dar ese paso que tanto deseaba dar. Era el miedo. Un oscuro y agrio miedo.

Intentó explicárselo, pero ahora era ella la que no quería oír sus razones.
Violeta no entendía su posición. Se sentía engañada. Después de todo él había sido quien había preparado la cita. Debería estar seguro de lo que hacía.

Pablo decidió marcharse. No podía aguantar más esa situación. Al fin y al cabo estaban reproduciendo una situación ya vivida, sólo que ahora a la inversa.

Violeta acompañó a Pablo hasta la estación de Chamartín.
Cuando vio lo irremediable de la marcha no aguantó. Le recriminó su actitud, su cinismo, su resentimiento. Le insultó hasta que la hiel de sus palabras dejó su boca amarga.

Y después el silencio.
El más oscuro silencio tiñó la noche. El tren se perdió en el horizonte, y con él, toda posibilidad de encuentro.

Ella regresó a Barcelona. Ya sólo le quedaba esa calma áspera, producto de la seguridad que nace cuando la felicidad se ha tenido y se ha escapado por las rendijas que abren las dudas.

La distancia alejaba de ambos la tentación de otro reencuentro doloroso.

El tiempo ya no tenía ningún sentido para ella. Se perdía vagamente entre sus lagrimas.
Pablo siguió derramándolas en silencio durante años, tantos como los que siguieron esperando olvidarse vanamente.
Rehicieron sus vidas y dejaron pasar el tiempo, se negaron en silencio y ahuyentaron los recuerdos de aquel tiempo que a veces dudaban haber vivido. Pero a hurtadillas regresaban a sus mentes los recuerdos y los deseos de saber del otro.

Jamas se concedieron más derecho que el de seguir viviendo.

Su historia, ya no era más que una película que a veces se proyecta en su mente.
El dolor anidó en sus corazones cuando comprobaron que poco a poco esas imágenes amarilleaban.

En el fondo, se reconocen como dos extraños protagonistas de una amarga pero bonita historia que les unió y separó para siempre.


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Alberto Martín Mansilla