miércoles, 27 de enero de 2010

DUDAS



Después de tanto tiempo, incluyo un relato que para mi tiene una gran carga emocional...

lo titulé DUDAS






“Porque lo decían todos, todos nuestros amigos,
decían que sin duda nuestros sentimientos tendrían
una relación ¡tan estrecha! Yo misma casi no lo entiendo.
Ahora tenemos que dejárselo al destino.
De todas maneras me escribirá.
Quizá no sea demasiado tarde.
Yo seguiré aquí sentada, sirviendo el té a los amigos”

Retrato de una dama.
T. S. ELIOT.


Me dijiste: te amo.
Te dije: espera.
Iba a decirte: tómame.
Respondiste: vete”
Jules y Jim.


El frío se había apoderado de todos los sentidos de Violeta. El dolor y la frustración se apelmazaban en su mente.
Tras los últimos años en que la velocidad se había llevado por delante sus convicciones, su amor, su orgullo, todo volvía a una calma que le pesaba tanto como los recuerdos, que aún seguían confusos, esperando ser embalados en alguna parte de su mente.
En cierto modo esa apatía no era más que su impotencia para digerir los últimos acontecimientos.
No podía explicarse como había podido suceder y, tampoco podía entender su propio cambio de actitud en ese momento tan doloroso.

Las consecuencias de esa incapacidad para ordenar sus sentimientos no se habían hecho esperar.

¿Por qué la vida le había exigido tanto y tan aprisa? ¿No era una injusticia pagar así por atreverse a amar de un modo descomunal? ¿Era justo acaso que se la pagase de una manera tan desproporcionada por haber dudado sobre lo que sentía?.


Como todas las historias, ésta tiene un comienzo, y el desencadenante de esta historia es el miedo. El miedo a ser feliz que le había hecho plantearse su relación con Pablo.
Llevaban poco tiempo juntos, es verdad, pero cuando se conocieron había sentido algo en lo que nunca antes había reparado: La intensidad con la que estaba viviendo. Le asustó la fuerza conque alcanzaba los orgasmos cuando hacían el amor, dejándose vencer por el deseo.

No era su primer amor, pero sí su gran amor.
De hecho cuando Violeta conoció a Pablo, ella vivía junto a otro hombre al que estaba segura de querer. Sin embargo, no pudo, mejor dicho, no pudieron sustraerse al deseo que nació con el primer cruce de sus miradas.

Pablo era más joven que ella, pero parecía tan maduro y a la vez tan indefenso, que ese paradójico amasijo de virtudes la desarmó.

Intentó sin éxito alejarle de su mente, pero ni siquiera el hecho de vivir separados por más de quinientos kilómetros de distancia ayudó a que lo consiguiera.

¡Era tan joven, tan lleno de vitalidad, de ilusión, tan ingenuo a veces!.

Sus ojos parecían sonreír siempre. Incluso aun escondiendo como lo hacia un pasado lleno de dolor, contagiaba alegría a su alrededor.

Él también cayó rendido ante Violeta. En el primer encuentro que tuvieron quedó al antojo de su voluntad. ¡Era tan adulta, tan independiente, tan segura de sí misma!. Era todo lo que él deseaba ser.

Todo era una ilusión, como el tiempo se encargó de demostrar, pero en aquel encuentro ellos apenas sabían nada de lo cruel que puede llegar a ser la vida cuando no se está preparado para vivir como se sueña.

Fue un brillante día de primavera, en un encuentro casual.
Violeta vivía en Barcelona pero había venido a Madrid con su pareja a pasar unos días. Visitaba a su familia. Habían quedado con Julia, su hermana para recorrer la ciudad.
Violeta echaba de menos las calles y el bullicio de la gente de la capital, y aprovechó unos días libres para venir.
En realidad necesitaba el apoyo de su gente. Estaba pasando por una depresión que amenazaba con ensanchar sus dominios peligrosamente.

Llegaron al punto de encuentro y allí estaba él. Acompañando a Julia en una tarde de compras.

Pablo conocía a Julia desde hacia varios años. Había oído hablar de violeta en muchas ocasiones, pero sólo era una referencia lejana, por la que no se había preocupado de indagar. No entraba en sus planes conocerla. Pero sucedió.

Ella ni siquiera había oído mencionar su nombre. En las conversaciones que ocasionalmente tenía con su hermana hablaban de casi todo lo importante, de novios y aventuras, pero Pablo al fin y al cabo sólo era un amigo más que no pedía ser más.

Julia fue la encargada de hacer las presentaciones, y tras los formulismos
encaminaron sus pasos hasta una cafetería cercana. Allí hicieron planes para el resto de la tarde.
El primer nexo que los unía era su predilección por el té. Mientras Julia y Josep pedían café, ellos celebraban de un modo casi cómplice su aversión hacia éste.
Pronto la conversación derivó hacia temas menos triviales. Surgió la poesía, otra coincidencia, y aunque los autores que leían no eran los mismos, se invitaron a descubrirlos.
Intercambiaron sugerencias y terminaron entrando en la librería más próxima a intercambiar regalos. Él le descubrió a ella a Ángel González y ella a él a Novalis.

La tarde continuó ofreciendo luz hasta que se puso el sol. Ese día las nubes no aparecieron, así que exprimieron el tiempo que tenían hablando de casi todo mientras paseaban.
Dejaron entrever como eran cada uno de ellos y como les gustaría ser. Era muy extraña esa ambición por saber

Cuando se despidieron Violeta le sugirió la idea de comenzar una correspondencia con la que continuar conociéndose, ella dijo: abriendo sus almas.
A Pablo le gustó la idea. A estas alturas del día ya se había enamorado locamente, aunque en ningún momento pensó que la suerte pudiera sonreírle. Y se equivocó.

Ella estaba igual de afectada.
A partir de ese momento su vida continuó en Barcelona, pero su corazón se había instalado ya en Moralzarzal, el pueblo donde Pablo vivía.

Se inició una fructífera correspondencia. Fructífera porque sirvió para que Violeta se atreviera a abandonar su vida gris en Barcelona.
Optó por la más valiente decisión que podía tomar.
Llegó a Moralzarzal y comenzó la más intensa relación de su vida.

Mañanas de reposo mientras Pablo trabajaba. Tardes en las que escribía, su gran pasión, y noches de largos paseos bajo el cielo limpio de la sierra madrileña. Noches en las que leían poemas, en las que contaban historias tristes y desesperadas de amantes desolados. Noches de Holderlin, Goethe, Rilke...
La música, la dama de las camelias, y sobre todo historias de las mil y una noches, acompañaban sus veladas.
Noches en las que Violeta ejercía de Scherezade: seducir a Pablo hasta la locura era su único objetivo. Y lo consiguió.

La primera vez que hicieron el amor fue una noche completamente despejada y silenciosa, en una pradera limpia, bajo un enebro cansado ya de envejecer en soledad.
Fue un arrebato de pasión el que los condujo hasta allí. No pronunciaron más palabras que las necesarias para prometerse amor eterno.
Y conocieron el delirio.
Incluso decidieron dar un nombre a ese lugar que los acogió y los arropó frente a los miedos: el rincón del porvenir.
Volvieron todas las noches y siempre tras la locura, se refugiaban en sus ramas para soñar un futuro que podían tocar con las yemas de sus dedos si se alzaban ligeramente.
Llenaron la bóveda nocturna con sus sueños.
Se soñaban ancianos, rodeados de hijos y nietos, envueltos todavía en esa estela de amor indestructible, imperecedero.

Sólo deseaban que el tiempo pasara para poder desafiarlo.

Pero el tiempo es mal enemigo. No tiene prisa por castigar la soberbia de los que creen tener poder suficiente para jugar contra él.

Violeta debía volver a Barcelona e insistió en que fueran juntos. Ella le ofreció su casa. Le hizo un lugar en su vida habitual.
Y marcharon juntos a lo que creían la felicidad.

Pero ella tuvo que volver a la rutina diaria.

Pablo no terminó de adaptarse a los nuevos amigos que heredó de ella ni a las costumbres nuevas. Aun así opinaba que sólo era cuestión de tiempo.

Pero Violeta se cegó con la idea de lo inmediato.
El miedo, contra el que había luchado antes en Madrid, empezó a ganar la batalla.
La edad que los separaba ahora se le hacía una barrera infranqueable.
Pensó que en cierto modo había engañado a Pablo, que todo el mundo se iba a reír de él por haberse dejado seducir por una mujer siete años mayor.
Pensó que su necesidad de afecto, por la depresión, la llevó a cometer ese horrible acto de egoísmo que era absorber toda su vitalidad.

Creyó necesario alejar de su lecho a Pablo hasta que pudiera estar segura de si lo amaba realmente, o si por el contrario sólo necesitaba de él para sentir que estaba viva.

Una noche, después de muchas de incertidumbre, se atrevió a confesarle todas sus dudas, todos sus miedos.

Pablo asistió atónito a esa inesperada puñalada de sinceridad. No lo entendió.
En un primer momento, sin saber muy bien como reaccionar, quizá en un ultimo intento de despojarla de sus miedos, reafirmando su amor, le pidió que se casaran.
Le gustaría tener un hijo con ella.
Sabía que ese era un acto desesperado, pero también lo estaba él.

Ella no había previsto el efecto que podían producir sus palabras. No esperaba esa propuesta, y menos en ese estado en el que se encontraban.
Le agradeció el gesto, pero rechazó la idea.

Él dejó pasar dos días, esperando poder volver a su lado, pero nada cambió.
No era un simple episodio de nerviosismo.
Esa misma tarde, cuando ella regresó de la productora en la que trabajaba, le comunicó su decisión de marcharse.

Violeta asintió comprensiva.

Pero ese día fue especial. No trató de convencerle de que se quedara, aunque lo deseara con todas sus fuerzas.
Comprendía la situación que ella misma había forzado. Simplemente se dedicó a colmarle de atenciones.
Primero un baño para los dos en el que se entretuvieron prodigándose caricias hasta que sus cuerpos se amorataron por el frío.
Después una charla todo lo tranquila que podía ser en esa situación, en la que ella le pedía tiempo, aun en la distancia.
Así fue como concertaron una cita para seis meses después en la que intentarían recomponer la situación.
Pablo, pese a su indignación y su asombro, consintió. Confiaban en que su amor, que se tambaleaba, llegara a ser igual después de ese paréntesis.

Tras la cena hicieron las maletas. Les producía una extraña sensación de vacío poder terminar su relación con esa frialdad.

Y para terminar de confundir aun más todos esos sentimientos encontrados que se alternaban, esa fue la noche más lúbrica de todas cuantas pasaron en Barcelona. Estuvieron toda la noche entregados al deseo.

A la mañana siguiente, le acompañó a la estación de Sants. Se despidieron con un triste beso.


Y Pablo volvió a Madrid confundido y abatido. Todo le parecía absurdo.

Pasaron los meses, y una inoportuna operación quirúrgica hizo que se pospusiera la cita.

Según se marchaban los meses, Violeta mandaba cartas en las que pedía perdón. Comprendió que había cometido un grave error, se había dejado dominar por los miedos.
Se había negado la oportunidad de construir sus sueños. Todas sus esperanzas de conseguir una vida basada en el amor habían huido sin remedio.

Pablo contestaba a sus cartas con un doloroso silencio.

Pero ese silencio que recibía no era lo peor. Se torturaba con un sentimiento de culpa desmesurado.
Llegó a suplicar de una manera desesperada y humillante. Comprendía que no la perdonase, sólo pedía que no la ignorase.

Pero Pablo había rehecho su vida.
Habían pasado dos años ya, y ahora estaba con otra mujer.
No se sentía mínimamente feliz, pero al menos había dejado atrás el suplicio que supuso para él su relación con Violeta.

Violeta siguió enviando cartas.



Incluso se atrevió a ir a Moralzarzal. Fue un encuentro teñido de resentimiento.
Pablo la saludó cortésmente, con dos besos en las mejillas, y puso claro que su amor era una historia del pasado.
Sólo hablaron durante unos minutos. Los suficientes para colocar a cada uno en su sitio.

Ella melosa y sumisa, sin discutir siquiera los reproches de Pablo.

Él distante y frío. Haciendo gala de una ironía hiriente. Se mostró dolido. Asqueado de la situación a la que habían llegado.
Incluso le aseguró, sin más intención que ofenderla, que se avergonzaba de haberla querido de ese modo tan confiado y valiente.

Ella sufrió lo indecible, pero era mayor el deseo de verle y abrazarle, aunque fuera de un modo artificial, casi cínico por parte de Pablo, que el miedo a sufrir un desplante.



Se llevó con ella a Barcelona un recuerdo tortuoso, pero también y por encima de cualquier daño, se llevó en su memoria el tacto de Pablo en su piel, su olor corporal y su mirada. Aún se estremecía al comprobar como su cuerpo recordaba todas sus medidas exactas, tomadas en noches de desvelo, robadas mientras él dormía a su lado

Todo había cambiado. Ya no era aquel adolescente con el que vivió apasionadamente el amor. Su mirada era más oscura. Había perdido la inocencia y el brillo alegre que sedujo aquel día de primavera a Violeta.
Su cuerpo había dejado atrás la pubertad y se había hecho más fuerte, más recio. Pero aun así seguía siendo igual de atractivo, quizá más por lo inalcanzable que le era ahora.
Cada parte del renovado cuerpo seguía demandando su mirada, y más allá de esta, su imaginación.



Alimentó con estos recuerdos noches de soledad en la ciudad que ahora odiaba por evocarle momentos que ya no volverían.
En esas noches de duermevela escribió cartas desgarradoras que terminaron ablandando a Pablo y haciéndole dudar.


Él no estaba pasando por una buena etapa con la mujer a la que permanecía atado, y decidió jugar a repetir el pasado.
Intentó provocar dentro de él ese mismo sentimiento ardiente de deseo y de serena complicidad que había conocido tiempo atrás.

La gran cita, la sustituta de aquella que no se pudo celebrar por la enfermedad de Pablo, fue en Madrid. En el café comercial. Un lugar cargado de significado para ellos.

Se encontraron a las seis de la tarde. Un breve beso dio por sentado que esa era la oportunidad que se debían.
Charlaron durante horas. El ambiente era agradable, pero ambos notaron que jamas podrían recuperar ese halo de unión que antes los envolvía.

Pablo iba a besarla, se inclinó, pero de pronto algo le hizo retraerse. Las dudas ahora eran suyas. Tuvo miedo de que la situación se volviera a repetir. No podría aguantar otro abandono, y menos de Violeta.
Se había dado cuenta de que la seguía queriendo. Siempre la querría, pero no pudo seguir adelante. Ahora no le movían resentimientos, ni siquiera era su orgullo el que le impedía dar ese paso que tanto deseaba dar. Era el miedo. Un oscuro y agrio miedo.

Intentó explicárselo, pero ahora era ella la que no quería oír sus razones.
Violeta no entendía su posición. Se sentía engañada. Después de todo él había sido quien había preparado la cita. Debería estar seguro de lo que hacía.

Pablo decidió marcharse. No podía aguantar más esa situación. Al fin y al cabo estaban reproduciendo una situación ya vivida, sólo que ahora a la inversa.

Violeta acompañó a Pablo hasta la estación de Chamartín.
Cuando vio lo irremediable de la marcha no aguantó. Le recriminó su actitud, su cinismo, su resentimiento. Le insultó hasta que la hiel de sus palabras dejó su boca amarga.

Y después el silencio.
El más oscuro silencio tiñó la noche. El tren se perdió en el horizonte, y con él, toda posibilidad de encuentro.

Ella regresó a Barcelona. Ya sólo le quedaba esa calma áspera, producto de la seguridad que nace cuando la felicidad se ha tenido y se ha escapado por las rendijas que abren las dudas.

La distancia alejaba de ambos la tentación de otro reencuentro doloroso.

El tiempo ya no tenía ningún sentido para ella. Se perdía vagamente entre sus lagrimas.
Pablo siguió derramándolas en silencio durante años, tantos como los que siguieron esperando olvidarse vanamente.
Rehicieron sus vidas y dejaron pasar el tiempo, se negaron en silencio y ahuyentaron los recuerdos de aquel tiempo que a veces dudaban haber vivido. Pero a hurtadillas regresaban a sus mentes los recuerdos y los deseos de saber del otro.

Jamas se concedieron más derecho que el de seguir viviendo.

Su historia, ya no era más que una película que a veces se proyecta en su mente.
El dolor anidó en sus corazones cuando comprobaron que poco a poco esas imágenes amarilleaban.

En el fondo, se reconocen como dos extraños protagonistas de una amarga pero bonita historia que les unió y separó para siempre.


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Alberto Martín Mansilla

2 comentarios:

  1. Tenía ganas de volver a leer este relato tuyo lleno el amargura por lo que pudo ser y no fue. Espero que des un poco de tu poco tiempo a esto de la literatura porque merece la pena..

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  2. Me gusta y me gusta mucho el poder de las palabras para evocar y fusionar realidad y ficción. Yo también espero que encuentres algo de tiempo para la escritura.
    Esto no está nada mal.

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