martes, 1 de diciembre de 2009

La cita

Por primera vez en estos años, y ya van quince desde que me abandonaste, has faltado a nuestra cita anual.
Siempre me sabe a poco ese único día que paso contigo, pero es mejor eso que nada.
Por eso, este año has hecho que me sintiera vacío.
Quizá te ha molestado saber que ya no estoy solo. Quizá saber que ahora comparto mi cama todas las noches te produzca reparo, o celos o que sé yo.
Pero has de saber que durante todos estos años, este día siempre ha sido tuyo.
He reservado mi tiempo y he preparado cada detalle para hacerte sentir todo lo mejor que he podido. He ido anotando todo lo que quería decirte durante el largo año.
Y ahora, me siento dolido, traicionado.
Y lo peor es que no puedo culparte.
Pero tampoco puedo hacer nada, sólo puedo esperar que aparezcas cualquier otro día.

Me fui a la cama como hago siempre, con la ilusión de ese día por venir.
Tomé mi sedante, leí un rato y enseguida me quedé dormido esperando…

Como siempre fui a buscarte, pero no estabas. Entré y paseé por los jardines, recorrí cada palmo de terreno, pero no salías.
Me senté en un banco a esperar e inevitablemente recordé momentos vividos en citas de años anteriores.
Eso aun me entristeció más.
Nos recordé saliendo juntos hacía los lugares que compartiamos siempre antes de tu marcha. En nuestros paseos por los lugares que prácticamente ya no conocías, pero que fueron en su momento muy importantes para los dos: antiguos callejones por los que pasábamos de niños, fuentes que habían cambiado sus aguas frías y rápidas que bajaban del robledo por las asépticas del canal de Isabel II, arboles que crecían y te asombraban de año en año…
Casas que caían y otras, muchas más, que emergían como por arte de magia.
Lugares que perecen como los recuerdos, como perecía también mi esperanza de verte salir.
Recorrí todos esos lugares con una tristeza infinita.
No estabas tú, pero además me di cuenta de que cuando los veía contigo lo hacía de otra manera. Quizá por la emoción de estar junto a ti no me daba cuenta de cual era el estado real de esos rincones que habíamos transitado en innumerables ocasiones. Y verdaderamente no era muy halagüeño, todo cambiaba y sólo en una pequeña parte mejoraba lo que habíamos vivido de niños. Otros lugares iban desapareciendo sin más. Como los malos recuerdos, que terminan difuminándose en el todo.

Volví a mi casa cabizbajo y no supe que responder a Raquel cuando me preguntó que me pasaba. Por supuesto no le podía contar la verdad.
¿Cómo iba a contarle lo nuestro? …
Me encerré en mi estudio y evoqué esas charlas que habían surgido otras veces. Encuentros y desencuentros, palabras y gestos...
Largas y sonoras carcajadas que sólo sonaban en mis recuerdos, no en mi casa. Copas vacías que reclamaban un oloroso Rioja sobre el que verter nuestras confidencias y nuestro amor.
Pasaron horas en las que vacié mis recuerdos en las copas de vino que debía haber compartido contigo. Lágrimas y melancolía que nublaban mis ojos.

Llegó la noche y Raquel me pidió que nos fuéramos a la cama, pero no tenía ganas de encerrarme entre esas sabanas que me habían defraudado.

Me quedé solo paladeando mi soledad, que se me hacía insoportable, y sólo cuando vi a mi mujer dormida me atreví a entrar en la habitación.
Me revolví una y otra vez entre el remolino de pensamientos que traspasaban mi mente, azorándome.
Y poco a poco fui cayendo rendido, sumergiéndome en el sueño…

Y por fin apareciste.
Esta vez estabas esperándome en la puerta. De las flores del jardín emanaba un suave olor que arropaba tu cuerpo, que lo inundaba de luz.

Como todos los años estabas estupendo…

Pronto nos abrazamos y comenzamos a pasear, a hablar de todos esos temas que seguían en el tintero desde el año anterior…

Comimos en mi casa y conociste a Raquel, a la que recordabas de niña.
Al fin y al cabo, sólo es tres años menor que nosotros.
Juntos compartimos viejos recuerdos de excursiones escolares, de antiguos compañeros y profesores…
Después, aduciendo que debía marcharse con su madre a no sé que lugar, nos dejó solos, y yo le agradecí el gesto con una mirada de complicidad.

Hablamos largo y tendido, extendiéndonos en tantas palabras no dichas a su debido tiempo y mil veces repetidas después.
Me sorprendió, como siempre, tu juventud inalterable.
Mientras que yo ya empezaba a perder pelo y aumentar peso, a sentir en mi cuerpo el rigor de los años, tú seguías prácticamente igual que el día de tu marcha.

Compartimos nuestro breve tiempo sin mediar reproche alguno, ni por tu parte ni por la mía.
Te alegraste de que ya no estuviera solo, -parecéis felices- dijiste refiriéndote a mi pareja, y yo asentí.


Los troncos de la chimenea, junto a la que apuramos un par de copas y nuestros temas de conversación, se habían convertido en ascuas mortecinas.

De pronto el ambiente se fue cargando, algo nublaba ya nuestro ánimo…

El tiempo había pasado rápidamente, y pronto, a nuestro pesar, la hora de la despedida se hizo inevitable.


Anochecía y debías volver a tu oscura y estrecha sepultura.

Te acompañé hasta el cementerio y esta vez, a diferencia de otros años entré. Estuve contigo hasta que la pesada lapida de granito gris te ocultó definitivamente.

No podría definir cual era mi estado en ese momento. Volvía a casa con esa sensación ambigua que produce la mezcla de tristeza y esperanza. Había estado contigo y no había podido retenerte.
Pero menos es nada.


Raquel me despertó cariñosamente con un beso.
- Has dormido mal esta noche. Has hablado en alto y conversabas con tu hermano Javier… te has movido mucho, estabas nervioso.
- No es nada, le dije con una sonrisa, soñé con él pero estoy bien.

Debió de creerme al ver mi cara de satisfacción, pues me miró y sonrió.
Se perdió en el pasillo que conducía al baño. Una última mirada con un promisorio guiño y un beso lanzado al aire le sirvió para pedirme que preparara el desayuno .
Y yo aproveché el aroma familiar del café para darte gracias por haber acudido a nuestra cita finalmente.
Quizá te vas cansando de acudir puntualmente, pensé.
Aunque yo, estoy seguro de conservarte en mi corazón y en mis recuerdos, pero bueno lo que cuenta es que otro año más el día de tu muerte has venido a mis sueños.

Aunque este año me costó más. Tuve que soñar que soñaba contigo para hacerte venir.


Este es un relato muy especial para mi.
Es el producto de una necesidad, el vinculo que me sigue uniendo con Javi, mi primo, mi hermano...
Y este relato sigue recordándome que, aunque efímeramente, tuve la suerte de conocer a una de esas personas que es imprescindible conocer en tu vida.
Él no se consideraba especial y siempre fue poseedor de un sentido de la justicia
y de la equidad, que me sigue admirando, y murió con menos de veinte años.

Algún día dejaré de tenerle en mis sueños, e incluso algún día no recordaré sus rizos y su sonrisa amarga, pero tendré este relato y su recuerdo...

Un recuerdo de color naranja...

1 comentario:

  1. Otra vez vuelvo a leer tu relato y otra vez, como la primera, me conmueve. Cada palabra de cada frase es un sentimiento. Es una poesía que eclosiona en mil colores con la última frase "Tuve que soñar que soñaba contigo para hacerte venir." Gracias.

    ResponderEliminar